La historia pone triste a la Peque, quién medita sobre los amores no nacidos, como fetos, como esperanza muerta y de los que nadie hace nada al respecto. Piensa que ella nunca ha tenido relaciones con un hombre completo. Que con los pocos que ha compartido cama siempre han sido o la promesa de un hombre o lisiados emocionales que la hacían sentirse más como la Wendy de Peter Pan que una amante de verdad. Piensa que quiere volver a enamorarse, que necesita volver a enamorarse, que la vida cada día se recubre más y más con una pintura gris y gruesa, la cual atrapa todo y no deja salir nada, y sus anhelos y sueños y dolores se mantiene sellados en un mismo lugar haciendo de sus sentimientos un enmarañado imposible de desenmarañar. En terapia le dicen que no se permite sentir, que por eso siente odio y tristeza y amor y melancolía al mismo tiempo y que su depresión es más un invento para sobrevivir lo terrible de la esperanza que otra cosa. En terapia le dicen muchas cosas. Le dicen que ha vivido a la sombra de su hermana porque ella se lo ha permitido. Que sus padres no supieron darle todas las atenciones necesarias pero que igual la quieren y que ahora ella tiene que ser madre y padre para si misma. Pero la Peque siente que la terapia no ha hecho nada por ella más que cobrarle mil pesos semana con semana. Que saber de las enfermedades del corazón no lo salva a uno de ellas. Se pone honesta consigo misma. No siente cambios. No siente que el lexapro y el cymbalta le ayuden ni tantito. Sólo la embrutecen pero el sentimiento no deja de pulsar. Siente que encuentra más de ella en las borracheras o en las constantes desilusiones de la vida que en terapia o en la oficina. Siente que realmente no pasa nada, que su existir se define como la estasis o su incapacidad para actuar y que nada de lo que suceda en su vida, tendrá un impacto real en ella o para el mundo. Voltea a ver a Pablo en su silencio dorado, con su cara de marfil y piensa también en el engaño de su vida y lo cruel de la misma. Quizá todos creen que se llevan porque ella aguanta, porque ella lo necesita, pero en el fondo lo ve tan perdido como ella misma. ¿Qué si es una buena persona? No lo sabe. No lo cree. Pero ¿quién es bueno realmente? Nadie. Ni ella. Ni sus papás. Piensa que si existiera, ni Dios. Pablo Legaspi es al final, una especie de deidad carente de todo sentido. Orarle es como orarle a cualquier piedra o cualquier ola que revienta para nunca regresar. Es orarle a la nada, al vacío, a la chingada, a ese montón de piel y sangre y órganos inertes que anhelan sentir una llamarada de vida aunque sea por un instante. La Peque padece un escalofrío mientras le pide a Gisela una cuba. ¿Qué haces pensando estás locuras Peque? ¿Te estás quedando loca? La idea la aterra.