El monstruo

El monstruo emergía siempre de la noche. No del closet. Sino de la noche. De la noche quieta y serena. De la noche que se arrullaba con los autos silenciosos que pasaban como ráfagas de viento y que apenas si dejaban una huella sonora.

Aparecía de la nada. Violento. Volteaba la cama, azotaba el cuero, gritaba con los ojos inyectados de odio, rojos como el infierno, rojos como los ojos de los lobos que dibujaba en clase cuando tenía que hacer una recreación de la nieve y las tormentas y las montañas con sus picos relucientes casi tocando el cielo.

Se escondía con enjundia debajo de las cobijas a esperarlo. Apretaba los dientes, las manos, se juraba ser valiente y combatía el sueño con imágenes fragmentadas y desasociadas de él mismo contra dragones y monstruos, contra medusas y abominaciones con alas que volaban arrancando a los animales de las granjas y de las manos de sus dueños y siempre salí victorioso hasta que se enfrentaba a algo parecido al monstruo y con espasmos violentos se levantaba, se sacudía y luego se incorporaba a ver si lo escuchaba llegar, a ver si le llegaba aquel olor, a ver si esa noche vendría a molestarlos. No prendía la luz ni le servía dormir con ella prendida. Todo lo contrario. A este monstruo la luz era lo que más lo atraía.

No siempre iba por él primero. A veces iba por ella. Ella que lo esperaba callada en su cuarto. Ella que lo esperaba sin decir nada. Sin protestar. Ni defenderse. Ni defenderlo a él quién tanto soñaba con ser valiente y a la hora de tener que serlo se congelaba preso del miedo. Y luego la culpa que lo ahogaba después de sentir el alivio de saber que el monstruo fue primero por ella y no por él. A veces cuando eso pasaba, ya no regresaba por él.

Afuera la noche se cocía en su soledad y quietud. Un pantano de concreto imperturbable salvo por los coches que cruzaban afuera de su ventana dirigiéndose a quién sabe dónde a las altas horas de la noche. A veces la calma en si era un tormento. A veces esperar escuchando las manecillas de su reloj en forma de dinosaurio era en si un tormento. Y siempre aquella pregunta: ¿hoy vendrá el monstruo?

La luna se escondía detrás de las cortinas. Brillaba redonda, entera, un ojo amarillo carente de iris. ¿Vendrá? En ocasiones la puerta se abría ligeramente y un rayo delgado se proyectaba sobre su rostro como un camino luminoso. Si olía, todo estaba perdido, si no olía había esperanza. Es que era el olor el que advertía lo que vendría. Ese olor agrio y repugnante y embriagante. Ese olor como mil chocolates de la abuela, ese olor que lo hacía temblar y por el cuál una vez se meo y pareció que el olor de aquella pipí temerosa fuera para el monstruo como la sangre para el tiburón.

Esa noche retorcía en la cama soñando a medias con su inalcanzable valentía cuando se escuchó que la puerta rechinaba, la luz se expandía y aquel olor inundaba el cuarto y lo sueños se agrietaban y la valentía se esfumaba y no quedaba más que hacerse bolita y soportarlo todo.

Separó los dedos y vio al monstruo parado al borde de su cama, la luz amarilla resplandeciendo a sus espaldas, oscureciendo el rostro de su atormentador. El monstruo se parecía a su padre y a la vez no. Compartían la nariz y los ojos y la boca y las manos, pero no los ademanes ni tampoco el olor. Este se movía torpe, arrastraba el cuerpo junto con las palabras y gritaba cosas sin sentido y lanzaba golpes y patadas y vociferaba que estaba más solo que nunca, que no lo entendían ni lo apreciaban lo suficiente y que la vida no era más que una burla que había que saber entender. Y con los ojos estrellados, oliendo a desgracia y suciedad, lo sacó de la cama y le acomodó unos golpes y lo vio con el rostro de su padre, pero él sabía bien que aquella abominación no era su padre porque su padre era aquel que a veces jugaba con él, aquel que a veces sonreía, aquel que sabía pedir perdón muy bien.

Desde hace tiempo que pasaba horas en vigilia después de las visitas del monstruo con un pensamiento rondando en su cabeza como un animal herido: ¿Y si de niño al monstruo lo visitaba un monstruo también?

Imagen: http://www.pezcame.com/

 

 

2 comentarios en “El monstruo

  1. Milagros

    Una buena descripción de lo que siente un niño cada noche esperando que el abusador no llegue. Y la mente que lo acomoda todo para apaciguar el dolor . En pocas palabras se dijo mucho. Felicitaciones

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